martes, 20 de marzo de 2012

No es cuestión de principios, es la actitud.

La historia de México en la mayor parte del Siglo XX y en lo que va del presente, ha estado íntimamente relacionada con la vida y evolución de los partidos políticos que nacieron, precisamente, tras el gran acontecimiento que fue la Revolución de 1910, que movilizó a todos los grupos sociales del país; directa o indirectamente implicó la participación de los mexicanos en la vida política que entonces cobraría la fuerza de las instituciones que han trascendido hasta el día de hoy.

Las instituciones mexicanas, sólidas y congruentes en sus principios y objetivos, son útiles mecanismos para el desarrollo social y económico del país, aunque no siempre resultan necesarias. Muchas veces hemos visto aparecer, a lo largo de los años, nuevas instituciones pequeñas emanadas de otras más grandes sólo por caprichos personales de los actores políticos del momento con el pretexto de satisfacer necesidades específicas, propias de ciertas minorías, o con intereses políticos o económicos privados. Y en tiempos de crisis, las hemos visto disolverse o volver a integrarse al seno del que nacieron demostrando con ello su carencia de sentido.

Las tres fuerzas políticas más importantes del país –las categorizo así por su capacidad de ganar elecciones populares para ponerse al frente de gobiernos estatales- comparten en esencia los principios democráticos más importantes para los mexicanos, incluso, debido a las crisis políticas sufridas en su interior en los años más recientes y de cara a la sociedad contemporánea o moderna –como les gusta llamarla-, todas han reconocido la imperiosa necesidad de replantearse los principios o doctrina que las sustenta alcanzando las mismas conclusiones, sólo se diferencian en su discurso y en algunos detalles particulares que los acercan a los grupos sociales de los que provienen o a los que se deben con preferencia.

De tal manera, de la lectura de sus respectivas Declaración de Principios del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y, de los Principios de Doctrina del Partido Acción Nacional (PAN), se deduce una consciencia colectiva del valor y respeto a los derechos del individuo, de las necesidades generales de la población, de la fortaleza de sus instituciones, de la riqueza natural, étnica y cultural que tenemos, así como del reconocimiento de México como un país libre y soberano de cara a la mundialización actual.

¿Cómo entender entonces el retraso social y económico de nuestro país si los grupos que nos gobiernan se basan en principios comunes? ¿Cómo comprender, desde esta base, las pobres prácticas de campaña actuales, encaminadas a ganar una elección? ¿Cómo explicar la actitud hipócrita, carente de valores y, en muchos casos, hasta delictiva de los actores políticos? Pero, sobre todo, ¿cómo es que el ciudadano solapa tales conductas que incluso llega a adoptar como propias y que a la larga inferirán en detrimento de su calidad de vida?

Las personas somos las únicas responsables de desvirtuar los procesos sociales que siempre, o casi siempre, están fundamentados en sólidos valores y buscan objetivos coherentes con el bienestar común. La ambición desmedida de las personas, es una ruina para los avances sociales y ha desarrollado un cáncer llamado corrupción, que tiene como uno de sus principales síntomas la impunidad.

Es necesario reeducar a los ciudadanos y si para ello hay que hacer mejores telenovelas, pues que se hagan, sí que suena absurdo, cierto, pero tampoco podemos esperar que de la noche a la mañana millones de mexicanos apaguen el televisor y se pongan a leer, mientras que un cambio significativo en la calidad de la programación podría tener muy buenos resultados. Si es necesario cambiar leyes obsoletas, hay que hacerlo, pero también habrá que aplicarlas inmediatamente porque no podemos tolerar que siga pasando el tiempo en reformas, promesas y buenas intenciones. Tenemos un serio problema con el narcotráfico –que no es, por mucho, nuestro mayor problema- y también es claro que aun no tenemos la capacidad para enfrentarlo directamente porque no parece haber consciencia de la viga que hay en el ojo propio. La educación básica se desmorona y está demostrado que no es por falta de recursos –ciertamente, tampoco cuenta con los óptimos-, pero aquí hay una situación extrema en la que un sindicato se ha tomado mayores atribuciones de las que le corresponden y entorpece, con sus luchas de poder, el desarrollo de la juventud mexicana que cada día adquiere menos conocimientos de los que necesita para vivir en un país tan valioso como el nuestro y acrecienta las filas de los que pretenden el enriquecimiento ilícito y rápido aun en perjuicio de sus propias vidas y de la sociedad.

Hace muchos años que no vemos a un verdadero líder que emerja de los partidos políticos mexicanos –los últimos que se vislumbraron fueron traicionados y asesinados. Casos tristes que atiborran la historia de nuestro país-, y menos aún, un grupo de trabajo con un plan de acciones que se cumplan y que permeen hacia la sociedad en general. Esto ha provocado una gran desmotivación de la ciudadanía para cumplir con su responsabilidad política, la cual, va más allá de ejercer el voto cada seis años. No obstante, no podemos abandonar un país al que, a pesar de sus dolencias, le debemos lo que ahora somos, un país al que amamos y al que deseamos sea la herencia para nuestros hijos y las generaciones venideras. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestra calidad de vida sin poner en peligro la de nuestro vecino. Y, si podemos, hagamos un poco más.

2 comentarios:

  1. Dedicate a escribir de ajedrez si consideras que eso es lo que haces mejor, la política es vulgar por gente como tu.

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  2. Hola,

    No me avergüenza tener una opinión, tampoco me angustia tener el valor de decir que es mía.

    Gracias Anónimo por demostrarme tu interés y por el comentario.

    Saludos.

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