jueves, 16 de febrero de 2012

La reina alférez

Parte XVII

LA REINA ALFÉREZ

No me preocupan los mandrias de la escuadra. Me inquieta el desajuste en la marca de las ampolletas. Estos dos tiempos me dan la sensación de que vamos mareando por dos caminos diferentes. Demuestro a los alzados que no les temo echando largas parrafadas con fray Buril sobre las Sagradas Escrituras, o jugando al ajedrez con el veedor real Rodrigo Sánchez de Segovia, tuerto de un ojo y miope del otro. También con el otro Rodrigo, el corcovado Escovedo, escribano de toda la armada, y con Pedro Gutiérrez del Oro, repostero de estrados del Rey. Me ha puesto el Joan de Coloma la peor gente para vigilarme. A los tres les tengo ganadas en total, si no la confianza, al menos las famosas Siete Partidas que Alfonso el Sabio le ganó a su gran visir poco antes de morir de aflicción guerreando contra su hijo Sancho, el usurpador.

Mi fuerte son los movimientos con la Reina alférez, hacia la que ellos sienten supersticioso temor. No se atreven a tocar la pieza como si de la propia Reina se tratara. Lo tengo que hacer yo, en lugar de estos pusilánimes, con delicadas genuflexiones del índice y del pulgar como si hincara las rodillas ante Su Alteza Serenísima la Reina. Ellos inclinan sus cabezas en señal de acatamiento pero también, los muy hipócritas, para acechar más de cerca mis rápidos y sigilosos movimientos de prestidigitación sobre el tablero. Se quedan estupefactos. Por más que hagan no alcanzan a distinguir la añagaza de la trácala.

El escribano Escovedo vuelca suavemente el rey sobre el tablero, aceptando su nueva derrota. Levanta la reina con enorme respeto y fatiga y la hace girar entre sus dedos observándola a contraluz por todas partes.

-¿Por qué designa su merced esta pieza como la reina alférez?

-El asunto es simple y remoto, escribano. Cuando el ajedrez fue descubierto en la India en el siglo VI, el llamado por los indios Shaturanga, era ordinariamente un juego de guerra. Lo sigue siendo; la única guerra matemática y emblemática del mundo civilizado. Contendían en él los cuatro angas, o sea las cuatro armas llamadas hoy infantería, caballería, los carros y los elefantes. El Sha, el rey varón, era ya entonces la pieza central del juego. Su pérdida es irreparable. El que pierde el rey, pierde la partida. Continúa siendo lo mismo después de casi diez siglos.

Lo que hace la perfección del juego-ciencia, proclamó el Sabio Rey Alfonso, es que sus lances no propenden al triunfo de lo mío o lo tuyo, si no al triunfo de la inteligencia en abstracto. Aquí, la suerte del uno no insulta la mala suerte del otro. Escovedo, obtuso a todo lo que no sea su péñola escribanil, parpadea sin entender.

-¿Y la reina?

No existía. La guerra no es el lugar adecuado para una dama. En su lugar, al lado del rey, se hallaba el gran visir, o farzin. En los tratados de los Juegos de Axedrez que mandó compilar Alfonso el Sabio, el gran rey de las Partidas, el visir o farzin se llama Alfereza, o sea alférez mayor.

-¿Cómo el alférez mayor se convirtió en dama, es decir, en reina?

-De la manera más natural. No era una cuestión de familias dinásticas sino de biología y fisiología. La existencia de los géneros, llamados naturales, reposa en una razón central que es la clave misma de la sobrevivencia de la especie humana: el hombre, aunque sea rey, no puede existir sin una mujer.

-Pero está el hombre… No se puede eliminarlo así como así. El género masculino es la columna de la creación –arguyo Escovedo desde su recalcitrante misoginia.

-Los géneros no son modos puramente biológicos de existencia. No se reducen a una mera anatomía de órganos genitales. Responden a una ley de la naturaleza bajo la cual masculino y femenino, macho y hembra, tienen funciones específicas, inmutables e impermutables. Esto es así desde el comienzo de los tiempos. Si este orden se perturba la especie humana entera puede sufrir una catástrofe, extinguirse, desaparecer. Por ello, el Alfereza, o alférez mayor, se transformó en Reina alférez, junto al Rey. No es sólo una cuestión de nombres. Es una cuestión de espíritu. Lo dice el P. Elio Antonio de Nebrija en su Gramática de la Lengua Castellana que ha dedicado a Su Alteza Serenísima la Reina Católica.

Le tiendo el libro del salmantino, abierto por la parte que marca el señalador: -Lea aquí.

-“De todas las comparaciones que se pueda imaginar, la más demostrativa es la que se establece entre el juego de la lengua y una partida de ajedrez. En ambos juegos estamos ante un sistema de valores y asistimos a sus modificaciones. Una partida de ajedrez es como una realización artificial de lo que la lengua nos presenta bajo una forma natural…” –tosió gravemente el escribano, hundido en una ácida niebla.

-Es también lo que ocurre en la relación carnal hombre / mujer. Pero en este juego, la mujer es la pieza vital. Y es muy difícil que sin la Reina alférez el Rey más poderoso de la tierra gane una batalla. Ni en el tablero, ni en la guerra, ni en la batalla de la vida. El juego del ajedrez es una guerra figurada contra las guerras reales.

-Siguen existiendo las dos –ironiza Escobedo.

-En el tratado de los Juegos del Axedrez, mandado compilar por el Rey Sabio, se cita un viejo proverbio anónimo: Meum et tuum incitant omne bellum.

-¿Dice usted que si no hubiera lo mío y lo tuyo no habría más guerras?

-Exacto. No lo digo yo. Lo dice un proverbio de los tiempos del Rey Sabio.

-Lo que es a mí, los manes del ajedrez no me han permitido ganarle una sola partida.

-Vea, Escovedo –le dije con voz gruesa-. En el ajedrez no hay uno que gana. Sólo hay uno que pierde. Y ése merece que se le corte la cabeza.

La vigilia del almirante. Augusto Roa Bastos.