lunes, 7 de agosto de 2017

Síndrome de Estocolmo en el ajedrez mexicano


Después de leer las versiones de los ajedrecistas que agradecieron por la organización del Campeonato Nacional Abierto de Verano recientemente realizado por la Federación Nacional de Ajedrez de México, A.C. (FENAMAC) dirigida por el Doctor en Administración Pública Mario Antonio Ramírez Barajas me quedan sentimientos de incomprensión y decepción ante la aceptación de un evento mediocre como algo especial.

La única explicación que se me ocurre es que los ajedrecistas mexicanos hemos desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo ante las atrocidades y abusos que hemos vivido en la historia del ajedrez de los últimos decenios.

La convocatoria sale sin la debida anticipación y se le hacen cambios de última hora, es normal. Llegamos al torneo y hay un tapón de personas en la entrada realizando su inscripción de última hora, todo normal. La sala de juego aún está siendo acondicionada a falta de pocos minutos para la hora de arranque del torneo, normal. La primera ronda se retrasa una hora y media, es normal. La instalación es siempre inadecuada por alguna razón: calor, espacio, intemperie, amontonamiento,  falta de servicios, lejanía de los mismos o cualquier otra razón inesperada, todo normal. Los árbitros no tienen clara cuál es su función específica y siempre los vemos dando vueltas de aquí para allá, cambiando el mobiliario de lugar, asignando los números de mesa o reasignándolos si a alguien no está de acuerdo, frente a sus computadoras mirando fijamente el escritorio, siempre muy ocupados y en gran tensión por el inminente comienzo del torneo; es normal, no se les debe molestar en ese momento, le recomiendo esperar a que pasen dos o tres rondas a que todo se “normalice”. Nadie es responsable de nada antes del inicio de la primera ronda, si pregunta: ¿a qué hora salen los pareos? ¿si ya puede empezar su partida? ¿en dónde están los baños? ¿quién es el responsable de la organización? ¿a quién se puede pedir información o hacer reclamaciones? ¿en dónde están las autoridades? ¿van a poner relojes? ¿a qué hora va a empezar la inauguración? ¿a qué hora empezará la ronda que ya se ha retrasado? Casi siempre las respuestas serán las mismas: No lo sé. Ahora no le puedo atender. Pregúntele a alguien más… y todo es normal.

Una vez que empieza la ronda, lo mejor que se puede hacer es abstraerse del entorno y enfocar toda la atención al tablero, a la batalla dificilísima que enfrenta siempre en la primera ronda, sin importar la categoría en la que participa, porque todos llegaron motivados para jugar un nuevo torneo y, después de los sucesos precedentes, los contrincantes estarán lo suficientemente irritados que querrán desquitar su coraje con quien tienen enfrente.

Mantenga la atención al cien por ciento -le ha recomendado su entrenador- y usted lo intenta estoicamente hasta qué algún suceso normal y a la vez inesperado sucede. Puede ser alguien quejándose con el árbitro porque no fue emparejado, un árbitro con su clásico pregón: -¡Default! Puede ser la música de la fiesta en el salón de al lado, el grito de los taekwondoines, los practicantes de escalada o cualquier otra actividad simultánea que se realiza dentro del adecuado recinto elegido minuciosamente por los expertos organizadores; puede ser el ruido de los autos en la calle o la sesión de entrenamiento de las ciclistas con la motocicleta dentro del velódromo. Todo sigue siendo normal.

Finalmente, si usted logra salir avante y resistir las cuatro horas o más de la partida, entregue su papeleta, reporte su resultado y prepárese porque en un par de minutos más inicia la segunda ronda.


Tras todo esto el ajedrecista, normalmente, baja la mirada y con total resignación continúa su participación en el torneo hasta que termina. Si gana algún premio o no. Si se lo pagan o no. Él dará las gracias y alabará las condiciones de su participación y la calidad del servicio recibido. Y preguntará ¿cuándo y en dónde será el próximo?